Avi Loeb piensa que es hora de emprender la búsqueda de vida inteligente en otros planetas, o al menos seguir encontrando rastros de ella en el espacio. Como ya ocurrió hace cuatro años cuando un telescopio —de acuerdo con datos y evidencias que según él soportan su teoría— descubrió lo que al parecer es tecnología de una civilización alienígena. El astrofísico de Harvard publicó recientemente un libro en el que detalla la trascendencia de ese acontecimiento, delinea el camino que la ciencia debe seguir y critica el conservadurismo de sus colegas.

El interés de Loeb sobre el estudio de la vida extraterrestre se materializó en 2017. En octubre de dicho año el astrónomo Robert Weryk en el Observatorio Haleakala, en Hawai, registró el primer objeto interestelar en visitar nuestro sistema solar. Su forma y tamaño era inusual, también su comportamiento: pasó cerca al Sol y luego, impulsado por una asombrosa y extraña fuerza, aceleró y tomó un rumbo totalmente inesperado.

Al comienzo, Oumuamua (explorador en hawaiano), como fue nombrado, dejó perplejo a la comunidad científica que ideó toda clase de teorías para explicar su singular forma y movimiento. Finalmente llegaron a la conclusión de que era un cometa, uno muy peculiar, y olvidaron lo ocurrido.

En su libro Extraterrestre: La humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra Loeb afirma: “Quizá la más peligrosa y preocupante de las elecciones sea declarar que en Oumuamua no hay nada que ver, que es hora de seguir adelante, que aprendimos lo que pudimos y que debemos volver a nuestras viejas preocupaciones. Desafortunadamente, en el momento en que escribo esto, esta parece ser la postura que muchos científicos decidieron tomar”.

Loeb insiste en que no se puede obviar las particularidades de Oumuamua, lo que lo hace tan único. Por ejemplo, lo luminoso que es, tanto como un metal brillante. Según el astrofísico, su reflectividad mostró valores sin precedentes.

Su tamaño, por otra parte, es considerado pequeño, casi diminuto si se lo compara con los meteoritos. Aproximadamente mide de largo lo mismo que una cancha de fútbol y de ancho hasta unos 10 metros. Aunque el israelí cree que puede ser más delgado, casi como una navaja. “Esto haría que la geometría de Oumuamua sea más extrema en su relación dimensional que los más extremos asteroides o cometas que jamás hayamos visto”, escribe.

Pero sin duda lo más impresionante fue su comportamiento. El objeto entró al sistema solar en trayectoria casi perpendicular a la órbita de la Tierra. Luego se movió alrededor del Sol a una velocidad de unos 320.000 kilómetros por hora, ganó impulso gracias a la fuerza gravitacional de la estrella y con una asombrosa velocidad tomó un rumbo inesperado.

Loeb explica que las leyes universales de la física permiten predecir cómo sería la trayectoria de cierto objeto mientras se mueve alrededor del Sol. “Sin embargo, ‘Oumuamua no se comportó como nosotros esperábamos”, afirma.

El objeto también giraba y se sacudía de una forma extraña, volviéndose más tenue o más brillante según la parte que quedaba mirando al Sol.

El astrofísico israelí agrega que si Oumuamua hubiese sido impulsado por el efecto cohete, habría perdido una décima parte de su masa. Y la evidencia, según dice, demuestra que esto no pasó. Para él la única explicación es que el objeto fue propulsado por los rayos del Sol, que rebotaron sobre su superficie, tal y como lo hace el viento en los barcos de vela.

Para Loeb hay dos teorías que pueden explicar la presencia del objeto: una es que algo o alguien lo envió a nuestro sistema solar; la otra es que es un pedazo de chatarra de tecnología extraterrestre que quedó a la deriva en el espacio.

El astrofísico es uno de los líderes del proyecto Breakthrough Starshot (fundado por Yuri Milner, Stephen Hawking y Mark Zuckerberg) que busca desarrollar una flota de naves espaciales que utilizan la tecnología de la vela solar para viajar.

Loeb explica que solo en la Vía Láctea hay billones de planetas del tamaño de la Tierra y con temperaturas similares al nuestro. Y en general, afirma el astrofísico, un cuarto de las 200 billones de estrellas de nuestra galaxia son orbitadas por planetas que son habitables de la misma forma que la Tierra lo es. “Con tantos mundos — ¡50 billones en nuestra propia galaxia! — con condiciones amigables a la vida, es muy probable que organismos inteligentes hayan evolucionado en otras partes”, afirma.

El israelí escribió un ensayo para la revista Scientific American que trata sobre la necesidad de emprender la búsqueda de reliquias de tecnología alienígena en otros planetas. Según su teoría, alguno de esos mundos pueden guardar evidencias de civilizaciones que ya no existen o que siguen en pie, desde pistas en las atmósfera o en la geología hasta mega estructuras abandonadas.

 

Fuentes: Samuel Losada Iriarte (infobae.com) / Lex Fridman